lunes, 15 de febrero de 2021

La nieve estaba sucia. [déjà-vu]

 

 La nieve estaba sucia
la gente andaba con la prisa
que le permitía caminar sin resbalar
y otra vez estaba sucediendo.
 El día era un calco de otros días
la repetición de momentos ya vividos.
 Necesitábamos descansar, calmarnos un poco,
aminoramos el paso sin volver la vista.
 Íbamos cogidos de la mano
y a pesar del frío, ambos sudábamos.
 Era un parque pequeño
de los que pasan desapercibidos 
hasta que topas con ellos, 
el viento helado se tomó un descanso
y dejó de silbar por un momento
los carámbanos amenazaban 
con caerse de los aleros y árboles cercanos.
 Seguía sin querer creer
que todo esto me había sucedido antes.
 No recuerdo qué me decía Isa
en el momento en que una anciana
envuelta en unos harapos sin orden
y llevando en su regazo 
un pequeño gato de ojos vivaces,
salió de la nada saludándonos mientras decía:
hola parejita, es tarde y andáis por mal sitio, 
pocos se atreven transitar mi jardín
a estas horas, pero no os preocupéis
todos me conocen y respetan, en el fondo
como decía mi compañero,
ni son tan buenos como dicen sus madres,  
ni tan malos como la ignorancia y el miedo 
cuenta sobre ellos.
 Recordé otra vez "El día de la marmota"
al contrario que el protagonista de la película,
esto era real, con el inconveniente
de que no podía retener lo vivido
ni podía por ende, prever los acontecimientos.
 Siguió hablando bajo una gran mantilla oscura
que la cubría casi por completo,
sin soltar al gato que, por alguna extraña razón,
aguantaba sin inmutarse los vaivenes 
de la buena mujer en su trasiego. 
 Isa y yo cruzamos las miradas,
nos entendíamos solo con mirarnos,
nuestros ojos sonreían, ambos estábamos armados.
 Ella llevaba una pistola en su inseparable mochila
y yo portaba un revólver en la cintura,
guardaban todavía algo de calor.
 Apenas habían transcurrido quince minutos
habíamos tenido que hacer uso de ellas,
a pesar de lo ocurrido hacía breves momentos, 
no estaba demasiado nervioso.
 Isa daba a entender sosiego en sus facciones
aunque como solía decir, la procesión va por dentro,
se sentó en un banco y se puso a liar un cigarrillo.
 En mi afán de querer recordar qué me pasó 
en una situación igual a esta me vino una ráfaga,
el temor de que aún no estábamos a salvo
asaltó mi mente, nos fiábamos de poca gente
solo de nosotros mismos desde que nos conocimos.
 A pesar de nuestras guerras y discusiones
cada uno cuidaba siempre del otro sin fisuras
y porqué no decirlo, la pasión de nuestros encuentros
luego de una discusión eran como tocar el cielo.
 La mujer avivó una pequeña candela 
que tenía dentro de un ennegrecido bidón
mientras tarareaba una canción bastante antigua
que hablaba del amor imposible entre un marinero
y una cupletista, podía trasladar esa misma letra
a mi vida junto a Isa, lo nuestro era complicado,
al contrario que un marinero llegando a puerto
ambos éramos barcos sin viento ni rumbo cierto
arribando, por cuestiones del amor y del destino, 
cada noche en el mismo puerto.
 Durante un par de horas respiramos paz,
esa que se consigue sintiéndose a salvo de miradas
y murmullos en medio de la noche.
 El déjà-vu no me había abandonado
la sensación de que ya me había cruzado
con la anciana martilleaba mi mente, el jardín.
 El gato de ojos saltones me recordó por un momento
a Fany, una gata que se escapó en el trajín 
de una mudanza, era rubilla, me la encontré 
en una cuneta, paré la moto y me la llevé.
 Como en otras ocasiones no podía siquiera imaginar
cómo acabaría este alto en el camino.
Nos preguntó si teníamos hambre y acto seguido
sin esperar respuesta, sacó unas rebanadas 
de pan de molde y algo de fiambre.
 No hagáis caso de la fecha de caducidad,
dijo medio sonriendo, llevamos comiendo cosas así 
hace ya tiempo y miradnos, aquí seguimos. 
 Se sentó cerca de nosotros mientras acariciaba a Lío.
 Imagino que la polvareda que había levantado 
el tiroteo estaba en su máximo apogeo,
no había que ser muy listo para comprender
que las sirenas que rompían el silencio nocturno
eran por nuestra causa. La anciana nos miró
y sus ojos no mostraban el más mínimo temor.
 Isa me miró al tiempo que sus ojos sonreían
asentí con la mirada y le mandé un beso,
sacó de su inseparable mochila unos cuantos billetes 
y mientras comíamos se los dió a nuestra anfitriona.
 No hizo ademán de sorprenderse, aceptó el dinero
como aceptaba la vida. Hablaba poco, pero la sabiduría
de sus pocas palabras hacen que la siga recordando.
 Nos repitió una vez más que tuviéramos cuidado 
y acto seguido nos lanzó una amplia sonrisa
recordándonos, al despedirnos, que ella siempre estaba allí
y seríamos bienvenidos a su jardín.


Epílogo: Caminábamos sin prisas por el barrio antiguo
cogidos de la mano y la ví, una lágrima
apenas perceptible recorría su mejilla, la abracé,
nos besamos y entendimos, una vez más,
que toda esa noche ya la habíamos vivido juntos.