martes, 11 de mayo de 2021

Descensor.




 Salí del apartamento como cada día
iba a llamar al ascensor pero, estaba allí.
 A veces ocurría, cosa que me alegraba.
 Guardé las llaves y entré
saqué un cigarrillo del paquete
y preparé el encendedor.
 Deseaba que no parara entre pisos,
no es que llevara mucha prisa
era más bien por no tener que compartir
el estrecho espacio ni saludar 
con frases típicas a algún vecino.
-A pesar de llevar varios años viviendo aquí
no tenía vínculos con ninguno de ellos.-
¤ 
 Eran casi las once de una rutinaria mañana, 
el sabor del café aún me cosquilleaba el paladar.
 El día se presentaba normal
tal vez un poco frío para mi gusto
luego de un caluroso verano que parecía por fin alejarse.
¤ 
 Las lucecitas alternaban sus destellos
con la consabida marcha atrás:
7...6...5...4 pero, algo raro estaba pasando,
acabaron los números y siguió bajando
bajaba y su velocidad no amainaba
quería pensar que no era posible
pero, estaba sucediendo. 
 Un silencio sepulcral inundó el pequeño habitáculo 
mientras la ventanita de la puerta
dejó de mostrar plantas.
¤ 
 Un apagón repentino borró mi imagen de los espejos
no me moví, temiendo no estar solo.
 Durante un tiempo que no podría precisar
aquello no dejaba de bajar...y bajar.
 La oscuridad no presagiaba nada bueno
-quise pensar que aquello pararía 
en unos minutos y la luz, volvería-
iba a prender el encendedor cuando, de golpe,
volvió, pero no era la misma,
amarilleaba y se movía, como las mariposas 
que mi abuela encendía a los muertos.
 Recordé sin saber porqué aquellos tiempos
en vísperas del día de difuntos
nunca he sido amigo de ciertas tradiciones 
pero ese recuerdo 
-la habitación en penumbras de mi abuela-
inundó mi angustiado pensamiento.
¤ 
 Un frío inexplicable recorrió mi epidermis
poniéndome la piel de gallina.
 Aquello no podía ser, pensaba entre nervioso y asustado.
-Ojalá hubiera subido alguien entre plantas-
 El silencio incomodo y penetrante
se apoderó de nuevo del pequeño espacio y seguía bajando.
 La amarillenta luz se apagó dando paso
a otra blanca y más intensa de lo normal.
-aún no lograba reaccionar ni encontrar explicación 
a todo aquello-
¤ 
 En un impreciso momento, la luz blanca se volvió roja
para volver a amarillearse y por fin, el ascensor paró.
 Respiré profusamente y instintivamente deseaba 
que al abrir la puerta el portero me saludara 
como tantas veces y volviera la normalidad.
 El nerviosismo no dejaba que mi cerebro 
anticipara movimientos.
  Hacía al menos dos minutos
que debería haber llegado a mi destino
pero entendí que, sin saber cómo ni porqué,
estaba por debajo de la cota cero.
¤ 
 El tiempo perdió su sentido, como esas veces
que despertaba de un duermevela
sin saber qué hora era o dónde estaba. 
 Apreté con ansia todos los botones 
primero el bajo y luego los demás.
 Nunca hasta entonces había deseado tanto
que una máquina obedeciera mis órdenes
pero no, no lo hizo, el estrecho espacio se había convertido
en una especie de tumba metálica y su desobediencia
mojó mis manos y volvió la sensación
del inexplicable y desagradable sudor frío,
mi mente quedó en blanco...
 No quería abrir la puerta, no debía abrirla
-repetía constantemente en mi cabeza-
miré al espejo y este devolvió mi imagen
era yo, sin lugar a dudas y a mi pesar, era yo.
¤ 
 Llevaba el cigarrillo y el encendedor en la mano
humedecidos por el incómodo sudor frío.
 Abrí la puerta y me asomé, con más miedo que desición
miré en todas direcciones, alce la vista
para abarcar en lo posible dónde estaba
sin dejar de preguntarme con nerviosismo
qué estaba pasando.
-todo ello en milésimas de segundo.-
 Y me hallaba como fuera de plano 
en algún lugar desconocido y a todas luces, inexistente.
 Me quedé unos segundos quieto y sin atreverme a salir.
 Noté que algo o alguien me empujaba a hacerlo y...salí.
 Pude notar que el suelo no estaba pavimentado
me vino una desagradable sensación a podredumbre
asemejando humedad y tierra mojada.
 Miré instintivamente el reloj
y no coincidía con mis cálculos, según este,
habían pasado apenas tres minutos.
-me pareció llevar allí una eternidad.-
¤ 
 Tenía que entrar a trabajar -me repetía constantemente-
y por fin me decidí comenzar a andar. 
 Temía que el suelo se hundiera bajo mis pasos
o que alguna mano misteriosa me tocara.
 No había tabiques, ningún obstáculo frente a mi
tan solo vacío, vacío y un contumaz silencio
que me envolvía como nunca antes lo había sentido.
¤ 
 Acostumbré mis ojos a la falta de luz
y alcancé vislumbrar justo frente a mi
una mortecina y centelleante luz. La cálida brisa
tomaba intensidad haciendo que me faltara el aire
no sabía qué hacer, entré de nuevo al ascensor
deseando con todas mis fuerzas que funcionase
que se encendiera la luz de cualquier piso
y que su obediente automatismo me elevara.
 Deseaba estar en cualquier sitio, menos allí.
 Pero no, aquello no se movía, me puse más nervioso si cabe
mi cerebro no daba lugar a pensamiento alguno
tenía que controlar el miedo que desde hacía un buen rato
se había convertido en un odioso compañero.
¤ 
 Volví a salir medio flaqueando
levanté la vista y allí seguía la luz
como llamándome sin pronunciar mi nombre.
 Tenía que hacer algo y sin más opciones,
encaminé mis pasos hacia ella
era por otra parte, lo único que podía hacer.
 Quería que todo aquello acabase
y que la angustia desapareciera.
 Descarté volver a entrar y dejé que la puerta
se cerrara del todo.
 Afrontar lo desconocido
estaba bien cuando era más joven
pero ahora, en esta extraña mañana
un miedo irracional se adueñó del momento y de todo mi ser
sin embargo, seguí caminando.
 Al tiempo que lo hacía noté que el temor desaparecía.
 Era agradable sentir la sensación de ser dueño de mis pasos
pensé en encender el cigarrillo
pero no quería perder el dominio de ese momento
apenas recorrí quince metros me encontré 
frente a una oscura y desvencijada puerta. 
 Pude sentir el crepitar de una candela 
y la inquietante brisa que recorría sin fronteras la estancia.
 Por un momento pensé en volver corriendo al ascensor
pero al volver la vista comprobé con inquietud que, ya no estaba.
¤ 
 Estaba solo, en un sitio que no debería existir
frente a una puerta que tampoco debía estar allí
de pronto, mi cuerpo volvió a su estado normal, 
la brisa desapareció y sin mirar mis manos, 
supe que ya no tenía el cigarrillo ni el encendedor
tenía la sensación de que alguien me miraba
cerré los ojos con fuerza para abrirlos 
como nunca antes lo había hecho.
 Alcé la vista un momento esperando que acabara todo
y esperanzado quizás en ver un rayo de luz por algún resquicio.
 Sin salir del nerviosismo llegué a adivinar una imagen conocida
esto hizo sentirme algo más seguro
y aunque no tenía sentido, parecía el techo 
de mi apartamento, justamente un rincón del mismo,
quise entrever a una mosca
luchando con mucho ímpetu por salir 
de una pequeña telaraña en la que había caído, 
cuando de pronto
algo parecido a un papel de lija húmedo y desagradable
mojó mi oreja y parte de mi sien
y allí estaba él  "Kortaojos" (mi amado gato)
sacándome de la pesadilla para devolverme a la realidad.

domingo, 7 de marzo de 2021

Ahora que tenemos tiempo.


Ahora que nos saludamos desde lejos
y tenemos tiempo de sentir
como se escapan los días
igual que un pájaro sin jaula
haciendo caso omiso a las absurdas fronteras
a los altos muros que protegen nuestro mundo.
 
Ahora que miramos el reloj
de manos atadas y soportando
la bajeza que muestra el egoísmo
la verdad escondida en los resquicios
de tanta civilización y buenas formas.
 
Desierta la ciudad de soledades
las almas no llegan a besarse
es tiempo de pensar bajo el silencio
entre la risa inocente de algún niño
jugando en la terraza
pensar en los mayores y sus miedos
luchando contra el invisible aire
invitado a nuestra mesa.

 

lunes, 15 de febrero de 2021

La nieve estaba sucia. [déjà-vu]

 

 La nieve estaba sucia
la gente andaba con la prisa
que le permitía caminar sin resbalar
y otra vez estaba sucediendo.
 El día era un calco de otros días
la repetición de momentos ya vividos.
 Necesitábamos descansar, calmarnos un poco,
aminoramos el paso sin volver la vista.
 Íbamos cogidos de la mano
y a pesar del frío, ambos sudábamos.
 Era un parque pequeño
de los que pasan desapercibidos 
hasta que topas con ellos, 
el viento helado se tomó un descanso
y dejó de silbar por un momento
los carámbanos amenazaban 
con caerse de los aleros y árboles cercanos.
 Seguía sin querer creer
que todo esto me había sucedido antes.
 No recuerdo qué me decía Isa
en el momento en que una anciana
envuelta en unos harapos sin orden
y llevando en su regazo 
un pequeño gato de ojos vivaces,
salió de la nada saludándonos mientras decía:
hola parejita, es tarde y andáis por mal sitio, 
pocos se atreven transitar mi jardín
a estas horas, pero no os preocupéis
todos me conocen y respetan, en el fondo
como decía mi compañero,
ni son tan buenos como dicen sus madres,  
ni tan malos como la ignorancia y el miedo 
cuenta sobre ellos.
 Recordé otra vez "El día de la marmota"
al contrario que el protagonista de la película,
esto era real, con el inconveniente
de que no podía retener lo vivido
ni podía por ende, prever los acontecimientos.
 Siguió hablando bajo una gran mantilla oscura
que la cubría casi por completo,
sin soltar al gato que, por alguna extraña razón,
aguantaba sin inmutarse los vaivenes 
de la buena mujer en su trasiego. 
 Isa y yo cruzamos las miradas,
nos entendíamos solo con mirarnos,
nuestros ojos sonreían, ambos estábamos armados.
 Ella llevaba una pistola en su inseparable mochila
y yo portaba un revólver en la cintura,
guardaban todavía algo de calor.
 Apenas habían transcurrido quince minutos
habíamos tenido que hacer uso de ellas,
a pesar de lo ocurrido hacía breves momentos, 
no estaba demasiado nervioso.
 Isa daba a entender sosiego en sus facciones
aunque como solía decir, la procesión va por dentro,
se sentó en un banco y se puso a liar un cigarrillo.
 En mi afán de querer recordar qué me pasó 
en una situación igual a esta me vino una ráfaga,
el temor de que aún no estábamos a salvo
asaltó mi mente, nos fiábamos de poca gente
solo de nosotros mismos desde que nos conocimos.
 A pesar de nuestras guerras y discusiones
cada uno cuidaba siempre del otro sin fisuras
y porqué no decirlo, la pasión de nuestros encuentros
luego de una discusión eran como tocar el cielo.
 La mujer avivó una pequeña candela 
que tenía dentro de un ennegrecido bidón
mientras tarareaba una canción bastante antigua
que hablaba del amor imposible entre un marinero
y una cupletista, podía trasladar esa misma letra
a mi vida junto a Isa, lo nuestro era complicado,
al contrario que un marinero llegando a puerto
ambos éramos barcos sin viento ni rumbo cierto
arribando, por cuestiones del amor y del destino, 
cada noche en el mismo puerto.
 Durante un par de horas respiramos paz,
esa que se consigue sintiéndose a salvo de miradas
y murmullos en medio de la noche.
 El déjà-vu no me había abandonado
la sensación de que ya me había cruzado
con la anciana martilleaba mi mente, el jardín.
 El gato de ojos saltones me recordó por un momento
a Fany, una gata que se escapó en el trajín 
de una mudanza, era rubilla, me la encontré 
en una cuneta, paré la moto y me la llevé.
 Como en otras ocasiones no podía siquiera imaginar
cómo acabaría este alto en el camino.
Nos preguntó si teníamos hambre y acto seguido
sin esperar respuesta, sacó unas rebanadas 
de pan de molde y algo de fiambre.
 No hagáis caso de la fecha de caducidad,
dijo medio sonriendo, llevamos comiendo cosas así 
hace ya tiempo y miradnos, aquí seguimos. 
 Se sentó cerca de nosotros mientras acariciaba a Lío.
 Imagino que la polvareda que había levantado 
el tiroteo estaba en su máximo apogeo,
no había que ser muy listo para comprender
que las sirenas que rompían el silencio nocturno
eran por nuestra causa. La anciana nos miró
y sus ojos no mostraban el más mínimo temor.
 Isa me miró al tiempo que sus ojos sonreían
asentí con la mirada y le mandé un beso,
sacó de su inseparable mochila unos cuantos billetes 
y mientras comíamos se los dió a nuestra anfitriona.
 No hizo ademán de sorprenderse, aceptó el dinero
como aceptaba la vida. Hablaba poco, pero la sabiduría
de sus pocas palabras hacen que la siga recordando.
 Nos repitió una vez más que tuviéramos cuidado 
y acto seguido nos lanzó una amplia sonrisa
recordándonos, al despedirnos, que ella siempre estaba allí
y seríamos bienvenidos a su jardín.


Epílogo: Caminábamos sin prisas por el barrio antiguo
cogidos de la mano y la ví, una lágrima
apenas perceptible recorría su mejilla, la abracé,
nos besamos y entendimos, una vez más,
que toda esa noche ya la habíamos vivido juntos.

domingo, 14 de febrero de 2021

Domingo.

Días de canciones sin escribir
postergando la rutina
entre la apatía y las horas muertas.
Dormito rodeado de miradas
pertrechado en la trinchera de un anhelo
invisible y mudo, como el silencio,
acompañado de un millón de palabras
de metáforas inexistentes
y de canciones sin escribir.

 

lunes, 18 de marzo de 2019

Sábado.


    Solo quiero oír música 
con más oídos
vivir en una vida distinta 
a esta que muero
que el tiempo pase pronto 
cuando me siento solo
deseo cosas simples
la ropa justa 
café por la mañana
un cigarro por encender
un libro que seguir
mirarme al espejo y poder verme
escribir sin barreras 
sin censuras, escribir 
describir la soledad, 
la compañía
dibujar sobre el espejo del mar
todo lo que siento 
y ocultarlo.

lunes, 24 de marzo de 2014

Volví a casa.


Volví a casa a la hora en la que el suelo del bar 
se volvió pegajoso
y el olor a orín inunda los rincones,
cuando las chicas cambian sus incómodos tacones
por zapatillas de bailarina y cierran
el libro de los sueños.
Volví con mi sombra por consorte,
con la niebla de antiguos daguerrotipos
en color sepia
que arrastran al mismo tiempo,
cuerpo y memoria.