Volví a casa a la hora en la que el suelo del bar
se volvió pegajoso
y el olor a orín inunda los rincones,
cuando las chicas cambian sus incómodos tacones
por zapatillas de bailarina y cierran
el libro de los sueños.
Volví con mi sombra por consorte,
con la niebla de antiguos daguerrotipos
en color sepia
que arrastran al mismo tiempo,
cuerpo y memoria.
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